La violencia hacia las mujeres es una situación estructural que ha sido y es invisibilizada constantemente, en las políticas públicas, en el discurso social y en los medios de comunicación.
Por Florencia Cremona y Belen Rosales, del Centro de Comunicación y Género
La violencia de género no es un asunto sólo de mujeres, debe ser parte de la agenda de los estados y considerada como violencia que afecta a toda la sociedad. Este flagelo, no sólo cobra sus victima entre las mujeres, muchas veces los hijos e hijas son asesinados junto a sus madres.
Las distintas modalidades de violencia ejercida contra las mujeres como el insulto, la subestimación, el golpe, la violación, y finalmente el femicidio está íntimamente vinculado a un contexto social que produce y reproduce un sistema de ideas, valores, roles diferenciados según se trate de varones o mujeres que derivan en la dominación, sumisión y desigualdad.
A pesar de la magnitud del fenómeno, muy pocas veces la violencia de género y los femicidios llegan a la tapa de los diarios. Salvo que tengan el condimento de clase (Nora Dalmasso), de morbo o de fama –y otras curiosidades– como en el caso de la compañera del baterista de Callejeros, Wanda Tadei.
La actual ausencia de estadísticas oficiales con datos ciertos, uniformes, sistematizados y recabados desde un perspectiva de género sobre la magnitud de la violencia contra la mujer, y específicamente del femicidio, constituye un serio obstáculo para la investigación de los crímenes.
La falta de estos elementos para analizar los femicidios y ubicarlos en un contexto político y cultural los convierte en lo que los medios de comunicación suelen llamar “crímenes pasionales”; una forma errada y engañosa de definirlos.
Oculta detrás del rótulo de crimen pasional o directamente silenciada, la violencia de género constituye una de las violaciones más flagrantes y extendidas a los derechos humanos. Es vital hacer visible el tema, para sensibilizar y sólo así transformar las prácticas culturales que causan o permiten su reproducción.
Un relevamiento realizado por el Observatorio de Femicidios, que coordina la ONG La Casa del Encuentro arroja que en el primer semestre de este año hubo 126 mujeres víctimas de la violencia de género, contra 90 del mismo período en 2009. En la primera mitad del año fueron asesinadas en el país un 40 por ciento más de mujeres que en el mismo período de 2009 como consecuencia de la violencia de género, de acuerdo con el relevamiento.
Hay que destacar que en 2009 el país dio un paso significativo para combatirla. El Congreso aprobó la Ley 26.485 de “Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”. La norma consagra el derecho de las mujeres “a vivir una vida libre de violencia y sin discriminación en todos los órdenes de la vida” y establece un abanico de medidas importantes.
Se han hecho avances, aunque por el momento sólo hay políticas sectoriales. Entre ellas se destaca el programa “Las víctimas contra las violencias”, en el ámbito del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, con brigadas móviles de intervención en urgencias en el territorio de la ciudad de Buenos Aires. El Ministerio de Trabajo creó la Oficina de Violencia Laboral; y el de Desarrollo Social, el Programa Juana Azurduy de Fortalecimiento de Derechos y Participación de las Mujeres. La Corte Suprema de Justicia de la Nación , por su parte, abrió en septiembre de 2008 una Oficina de Violencia Doméstica (OVD) para recibir denuncias y brindar asesoramiento: pero también es para el ámbito porteño. Son respuestas insuficientes para un fenómeno tan extendido.
Han pasado 50 años desde el asesinato de las hermanas Mirabal (1960), más de 30 de la sanción en Naciones Unidas de la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (1979). La nueva Ley Nacional de Violencia de Género ya tiene una reglamentación importante, protocolos de aplicación en materia judicial. Iniciativas de líneas telefónicas de ayuda, servicios terapéuticos, de asistencia a las víctimas son reclamados con mayor insistencia a lo largo y a lo ancho del país.
Las políticas encaradas en estos 26 años de democracia han sido insuficientes. El patrón cultural de la dominación machista se reproduce en las nuevas generaciones de jóvenes, novios y parejas. Los femicidios aumentan en la Argentina del crecimiento económico y social.
La cultura y los procesos ideológicos han convertido al cuerpo de las mujeres en “objeto”, en “cosa” a la que se le marcan pautas desde afuera: costumbre, tradición, publicidad, siempre en un marco del cuerpo “para otros”. Las culturas del desarrollo igualmente violan los derechos de las mujeres a partir de la cosificación del cuerpo, como el modelo “ideal” creados por los medios de comunicación y las transnacionales de la moda. Cuerpo cosificado como “objeto de deseo”, de compra-venta, o de intercambio como especie por el pago de un servicio.
Estas representaciones, todavía dominantes en el imaginario colectivo, nos explican por qué comportamientos sociales tan reprobables como la violencia sexista, son aceptados, por una gran parte de la población mundial, como prácticas culturales y, por consiguiente, pueden llegar a ser consideradas prácticas aceptables.
En el análisis de los artículos de prensa sobre violencia hacia la mujer y femicidios, la mirada lejos de estar dirigida a los procesos y a las relaciones de dominio que provocan las situaciones de violencia y que generalmente se invisibilizan, congela las imágenes de un estado de victimización.
Desde este Centro de Comunicación y Género, nos proponemos pensar desde el diálogo entre la comunicación y el género. La perspectiva de género es una opción política para develar la posición de desigualdad y subordinación de las mujeres en relación a los varones, pero también permite ver y denunciar los modos de construir y pensar las identidades sexuales desde una concepción de heterosexualidad normativa y obligatoria que las excluye. Trabajar en la articulación comunicación/género no sólo implica fortalecer la mirada crítica en relación a los sentidos hegemónicos que reproducen los medios masivos, sino también orientar la mirada sobre las prácticas de producción comunicativa que tiendan a problematizar el modelo hegemónico de representación pública de las mujeres y sus cuerpos a través de los medios. Este es el gran desafío que como comunicadores/as debemos asumir si queremos lograr una verdadera transformación cultural.
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